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Miércoles, 01 Abril 2020 13:16

"El furriel", un cuento de Pablo Felizia

Escrito por Río Bravo

A 38 años de la reconquista argentina de las Malvinas, Río Bravo tiene el orgullo y el placer de compartir con nuestros lectores parte de una obra literaria que busca hacer justicia histórica para quienes arriesgaron su vida y aquellos que dejaron su último aliento en aquél territorio tan cercano y lejano a la vez. El furriel es uno de los siete cuentos, siete historias de combatientes entrerrianos que componen Crónicas Patrias, de Pablo Gabriel Felizia; es la historia de Roberto Andrade, pero refleja, también, en muchos aspectos, la de muchos otros veteranos y combatientes caídos en Malvinas; sus sueños, temores, orgullos y vivencias, antes, durante y después de un conflicto bélico que terminó con derrota para la Argentina pero que no sepultó las ansias de soberanía de sus protagonistas y de gran parte de la sociedad argentina.

“Escribir este libro me llevó cuatro años. Son siete cuentos de guerra, de combatientes entrerrianos que ofrecieron su vida en Malvinas en 1982. Para hacerlo me entrevisté con ocho de ellos en varias jornadas que se extendieron por horas y en algunos casos en numerosas ocasiones. Quería conocer hechos de heroísmo cansado de escuchar que todos los que enfrentaron a Inglaterra eran unos chicos llenos de miedo. Debo decir que me encontré las historias en las palabras de quienes me contaron sus experiencias y la ficción se transformó en una fina cornisa entre ellas, tal como la relataron, y el aporte de la literatura, tal como creí conveniente”. Esas son las palabras del propio autor, que dan inicio al prólogo de Crónicas patrias, son el punto de partida y la motivación que lo llevaron a iniciar la obra pero también a establecer un estrecho vínculo con la causa soberana. Agradecemos su generosidad al autorizar la publicación den cuento completo e invitamos a los lectores de Río Bravo a reflexionar y emocionarse con uno de los cuentos que componen la obra.

El furriel
Tiré para ganar. Te lo cuento así, de una, como le dicen ahora. Como todo en la vida no quería perder. Tenía diecinueve años. El tío vivía en Paraná y me vine a estudiar Ciencias Económicas. Él escuchaba Radio Rivadavia y una tarde me llamó y me dijo tomamos Malvinas. No era poca cosa, pero al principio no me di cuenta de lo que pasaba. Al día siguiente me llegó una notificación: tenía que volver a Corrientes y presentarme. No pasó mucho tiempo hasta que pisé las islas por primera vez. Fue un mediodía y se anochecía al rato. Quiero que conozcas esto que tengo y si por momentos me detengo y hago un silencio, teneme paciencia, no es fácil y necesito poder hablarte. Antes que nada quiero que sepas una cosa, una sola, casi como una confesión: siempre voy a poder mirarte a los ojos, a pesar del tiempo y de la guerra; a pesar de la vida y de la muerte.
Cuando llegamos preparamos las carpas, pero no podíamos dormir porque todo el piso era de piedra. Pusimos un impermeable y arriba los paños que teníamos por la helada y la nieve. La primera noche la pasamos a cielo abierto; las estacas no se clavaban porque eran de madera. Tres días después nos fuimos a la ciudad y ahí hicimos campamento hasta el 1° de mayo. Tratá de entenderme. El 1° de mayo fue el día del ataque y estuve ahí, en el frente de combate con la III Brigada de Infantería, la Compañía de Comandos y Servicios. Era furriel, el escribiente del jefe. Hacía las notas y las planillas; era uno de los siete, de todos los que estábamos en ese lugar, con el secundario completo. Si voy muy rápido te pido disculpas. Es que ahora que te puedo contar y sobre todo que vos podés escucharme, es como si lo hablara por primera vez. Me sale así, todo junto y un poco mezclado, pero no importa.

Antes de seguir no quiero olvidarme de Sergio Raúl Desza; era furriel como yo. Llegó desde Rosario y se incorporó más tarde. Él cayó los últimos días. La guerra terminó el 14 de junio y él murió el 12. Un subteniente que era amigote mío, con el que siempre salíamos juntos, me dijo que en unas casas iban a hacer custodias. Le respondí que no quería ir; en esos lugares estaba lleno de oficiales y tenías que hacer la venia a cada rato. Me pidió entonces que le busque uno y le propuse a Desza. Este juntó sus cosas y se marchó. Esa tarde bombardearon la posición. Desza estaba al lado de otro soldado. Los agarró la onda expansiva y los reventó contra un alambrado. No me mires así, yo no sabía que eso podía ocurrir, aunque en realidad, eso podía ocurrir en cualquier momento. Cada vez que alguien me pregunta por los héroes y usa esa palabra, héroes, pienso en Desza, en Sergio Raúl Desza. Vos tampoco te olvides de ese nombre.

Estuve en el aeropuerto, en las casas de Monte Kennedy y después en el lugar donde terminó la guerra. Batallé dos horas contra los ingleses de acá a la esquina. Ves, a menos de media cuadra. Allá los veía por donde pasa el auto ese. Desde acá se les notaban las caras. Ellos pasaban, nosotros tirábamos. Todo aquel que va a la guerra quiere ganar. Estábamos convencidos de que defendíamos a la Patria; la vida y la historia nos asignaron ese lugar. A la guerra fui con una pistola común 9 milímetros. Se la cambié por un FAL a un compañero. Me iba al frente y con eso les tiré a los ingleses. Si maté a uno no me causa nada porque defendí a mi Patria y quería volver vivo. Me encargaba, entre otras cosas, de escribir las cartas a las familias y, cuando llegaban las respuestas, las repartía y se las leía al resto.

Los últimos días en las islas fueron duros. Ellos nos llevaban a los tirones, nos bombardeaban de noche y les hicimos frente hasta que no dimos más. Tuve que salir de la posición con un compañero. Era la madrugada, desde las once resistimos hasta las tres. Teníamos que atravesar un espejo de piedras para ir al regimiento, se nos venían con todo. Él se volvió, pero yo trepé hasta que se me durmieron los pies. Habré estado media hora. Escuché a un par ingleses que venían, los sentía cerca. Solo, sentado en esas piedras, cansado y con los pies dormidos, tomé una decisión. Me dije: se asoman y los mato. Pero de repente escuché un griterío. Eran como cinco. Me sacaron el FAL, los correajes, el cinto y los cordones. Ellos hacen de la guerra una forma de vida.

Todo esto que te cuento, es para que sepas algunas cosas. Para mí la vuelta fue lo más duro, mucho o tanto más que verlos acercarse a ellos al lugar donde estaba sentado a la espera de enfrentarlos. Fui prisionero de guerra. Luego me liberaron. Llegué a Puerto Madryn, al continente, esa extensión tan nuestra como aquellas tierras que defendimos. Estaba a salvo, pero en lugar de encontrarme con un trato cordial, me encerraron en unos galpones. Los mismos que tenían que cuidarnos nos llevaron a un aeropuerto y de ahí a la Escuela Lemos. Había vuelto de una guerra y junto a otros soldados estábamos sentados en el piso, con una guardia que se hizo para adentro del regimiento; no para afuera como debería ser. Te explico: en lugar de cuidarnos a nosotros, se cuidaban de nosotros. Era como un cerco y nos apuntaban. Días atrás los que me apuntaban eran ingleses, por eso también es tan confuso, tan difícil. Quisieron ocultar el resultado de la guerra, pero no la podían tapar con las manos. Eso fue al principio, después nos dieron de baja y nos insertamos en la sociedad con un gobierno que nos tiraba a matar ¿ves la paradoja? Cuando volvimos y nos apuntaban a nosotros, nos dijeron que no teníamos que comentar nada de lo que vivimos en las islas. No querían que hablemos. Por eso también me costó contarte esto y ahora que pasó el tiempo lo necesito para que conozcas que di pelea hasta el final.

En Malvinas me bañé tres veces en cincuenta y cuatro días y el pie de trinchera es feo. No se transpiran y se congelan. Estuve mucho tiempo con eso. Llegaba cualquier invierno y se me dormían. Me ponía dos bolsas con dos pares de medias y cuando sentía que tenía frío me sacaba una y me calzaba la otra. Dos años tuve que hacer lo mismo. Con todos los problemas y las dificultades para conseguir un trabajo, los más viejos empezamos a crear espacios para nosotros. Recién, una década después de todo esto que te cuento, salió la primera pensión. Era complicado, cuando me presentaba ante una solicitud laboral me respondían que llame mañana, que venga el jueves y volvía a la calle una y otra vez. Por eso, también, la vuelta fue lo más duro. De todos modos, si le preguntás a cualquiera de los que fuimos, te vas a encontrar con que estamos convencidos de que las islas son nuestras.

Éramos como doce de Curuzú cuando volvimos a casa después de la guerra y de aquel encierro. Le pedimos a uno que llame a su familia para que les avise a las otras. Mi mamá me fue a buscar, me compró una gaseosa y dos empanadas en la misma terminal. Después me llevaron a casa y almorzamos. La gente tenía miedo, pero mis vecinos se enteraron de que había vuelto y llegaban hasta la puerta, me querían saludar. Hacían hasta cola de espera. Yo estaba sentado en un sillón, me daban la mano y un beso. En el barrio era el único que había ido a Malvinas. Hicimos lo mejor que pudimos.

¿En dónde te dan un certificado con el que dejás de ser un chico para ser un hombre? Ya tenés la edad para obtener esa habilitación inexistente, por eso quiero que sepas, que conozcas lo que viví. Cuando volvimos nos decían los chicos de la guerra, fue para menoscabarnos, para desmerecer la tropa; éramos hombres. Ahora que te cuento esta historia podés conocerme mejor. No es igual la vida de una persona cuando pasó por una guerra, nunca va a ser igual a la del resto. Pero a pesar de todo esto que te cuento, de aquellas cosas que aún no sé cómo decirlas y de las situaciones difíciles, quiero y necesito que sepas que voy a estar ahí como pueda y con lo que tenga. Voy a estar en ese lugar con las fuerzas que me queden. Hijo, me vas a encontrar siempre a tu lado, el día que junto a otros, decidan volver.1

1 Roberto Andrade era soldado cuando fue a Malvinas. Pertenecía a la Compañía de Comandos y Servicios de la III Brigada de Infantería del Ejército. En 1982 tenía diecinueve años. Fue furriel y cuando le tocó ir al frente, como dijo, tiró para ganar.

 
 
El libro
Crónicas Patrias, cuentos de entrerrianos combatientes de Malvinas
Pablo Felizia
Paraná, Ana Editorial, 2017
100 páginas / Comprar el libro

 

 

 

Publicado en Río Bravo el 2 de abril de 2020

Modificado por última vez en Jueves, 02 Abril 2020 11:55

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