24 de marzo de 1976
Por Ariel Oliveri (*)
El 23 de marzo de 1976, mi viejo sale a la mañana a trabajar por la mañana temprano en su Renault 4 celestito. Ya esa noche no había dormido. En realidad, hacía más de una semana que no dormía. No había teléfonos celulares, WhatsApp, ni nada que se le pareciera. Ni teléfono fijo teníamos. Entonces no dormía. Afuera, el perro movía la cola, corría apenas dos pastitos y él se exaltaba y corría a la pieza donde dormíamos mi hermano que en ese entonces tenía 9 meses, en una cunita de pino barato, y yo que tenía 5 años. Ni hablar si el perro ladraba. Mi vieja se sentaba en la cama y lo calmaba, en una casita humilde del barrio obrero de Berisso.
Se exaltaba porque sabía que lo podían venir a buscar en cualquier momento. A él y a nosotros. El golpe de estado era incipiente. El país se dividía: o se estaba a favor o se estaba en contra. Los que peleaban contra el golpe eran pocos. Algunos, que no voy a nombrar, alentaban el golpe con el argumento que a los militares era más fácil echarlos luego. Un argumento increíble. Pero increíble literal: no les creo. Es como ir a pelear con Mike Tyson y tomar como estrategia que te pegue los primeros tres rounds para que se canse, entonces después lo noqueas. Una estupidez. Algunos, al día siguiente, cuando el golpe llegó, brindaron en la cárcel.
Lo podían ir a buscar porque era un médico joven, que militaba desde la facultad, que quería ayudar a los pobres. Eso era un delito para los militares. Venían a saquear el país, y para eso había que hacer cualquier cosa, como secuestrar y matar, jóvenes, viejos, mujeres, niños, bebes.
Ese 23 de marzo no llega al trabajo mi viejo. Trabajaba en un laboratorio hacia muy poquito. Se encuentra con alguien el camino y le dice que era cuestión de horas. Entonces se vuelve. “Prepara rápido las cosas y ándate con los chicos a Mar del Plata”, le dice a mi vieja. Eran las 9 de la mañana y mi vieja estaba amamantando a mi hermano. Mi vieja le dice que no, que estaba loco. Que no era para tanto. Se arma una discusión a los gritos, que se apure le pedía mi viejo. Mi vieja le pide que él vaya con ella. Él dice que no, que es peligroso. Lloran, gritan, pelean. La casa es un caos, y yo con cinco años, hamaco a mi hermano en el cochecito y juego con un avioncito para calmar las aguas. Yo tengo cinco años, pero crezco treinta en un segundo. Tengo cinco años y entiendo todo. Tengo cinco años y tengo miedo. Tengo cinco años y el miedo no me paraliza, sino que me activa. El perro afuera ni ladra. Una vecina se acerca a brindar ayuda.
Ese día a la tardecita, llegamos a Mar del Plata mi hermano, mi vieja y yo, en micro. Un tío nos fue a buscar a la terminal. Le preguntó a mi vieja que pasaba, porque ese viaje repentino. “Se viene el golpe tío”. El tío largo la carcajada. ”Ustedes están locos”. Comimos bifes con papas fritas. A mis cinco años las papas fritas eran sagradas. Pero esa noche apenas pude tragarlas. A las horas, a las 3:21 horas del 24 de marzo la junta militar daba el comunicado número 1. El tío a las 6 de la mañana la despertó a mi vieja. Estaba pálido.
Esa noche, la madrugada del 24 de Marzo de 1976, en el barrio obrero de Berisso, Ciudad de La Plata, nos vinieron a buscar en dos Falcon verdes. Rompieron la puerta y putearon como locos, le contó a mi vieja aquella vecina que fue a ofrecer ayuda horas antes. Se lo contó semanas más tarde, cuando aterrorizada mi vieja fue a buscar lo que quedaba de la casa.
Mi viejo se había ido a conseguir donde podíamos vivir en Buenos Aires. Tenía entonces 30 años. Esa noche del 23 de marzo, durmió sentado en alguna plaza de Capital. Nunca me dijo cual. Creo que nunca supo él que plaza fue. En esa época, me contó muchos años más tarde, no se acordaba de las cosas a propósito. Era un mecanismo de defensa olvidarse, o ni siquiera retener.
Tuvimos noticias de el a los tres días. Llamó por teléfono y avisó que estaba bien, parecía que conseguía una casa en Avellaneda. Hasta entonces, la que no durmió fue mi vieja.
El libro
Con las aclaraciones necesarias que merece el caso y con la debida autorización del autor, ponemos a disposición la versión PDF de "El Dr. Chino y la salita", para que quien no tiene la posibilidad de pagarlo, como expresa el propio Ariel Oliveri más abajo, pueda leerlo de todas maneras pero, justamente valorando esa sensibilidad y la necesidad de que cada vez más los artistas, escritores y profesionales que ponen sus conocimientos y su formación al alcance de los eternos olvidados sean reconocidos por su trabajo, brindamos las diferentes vías de contacto para quienes deseen adquirir el libro y tengan la posibilidad económica de hacerlo.
Contacto Ariel Oliveri: 2235215072 (celular), Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo., Ariel Oliveri cuentos y relatos (Facebook).
Lejos de quienes hacen reducen su profesión u oficio meramente a un medio para obtener un beneficio económico, en las motivaciones detrás (y al interior) de El Dr. Chino... (expuestas en el prólogo) van en sintonía con esa búsqueda permanente de llegar a los hombres y mujeres más sencillos y sencillas, sin excluir a nadie, pero así como el doctor Oliveri buscó poner la medicina al alcance de los más postergados, esta obra se propone también una literatura accesible, lejos de restringirla a pequeñas elites intelectuales. "Quise escribir un libro que lo pueda leer cualquiera. Que lo entienda y que no se aburra. Cuando digo cualquiera, es cualquiera. Un obrero de la construcción, una empleada doméstica, una obrera, alguien que esté acostumbrado a leer o alguien que lea su primer libro. Un habitante del conurbano o de Recoleta", explica Oliveri en el prólogo que apuntó a "un libro simple y con palabras simples" (porque) "los de abajo están y estamos podridos que nos hablen difícil para que no entendamos".
Por eso también se propuso escribir "un libro corto" y explica: "Porque si a un tipo que no lee le das un libraco de 400 páginas ni lo empieza. Y otro motivo es por el costo. Tiene que ser un libro barato", admite, y busca alternativas en su distribución: "Que lo pueda pagar cualquiera. Y si no lo puede pagar, que se lo pueda regalar yo, o cobrarle lo que pueda pagar sin que me funda. Y si no, que se lo pueda mandar por PDF. Que el libro pase de mano en mano. No es el objetivo ganar plata. Bueno, hoy en Argentina jamás vas a ganar plata con un libro autoeditado como este. Salvo algunos pocos. Muy pocos", advierte con una mezcla de resignación y bronca.
Sobre el autor
A modo de síntesis, podría decirse que Ariel Olivieri es profesor de Educación Física y escritor (aunque se hace casi inevitable la aclaración del próximo párrafo). Desde chico muy adepto a la lectura, confiesa en las páginas de "El Dr. Chino y la salita" (2021) que empezó a escribir el día de la muerte de su padre, a partir de la necesidad de contar la historia de un hombre ejerció la medicina al servicio de los más desposeídos, dejando al margen egoísmos y grandes ambiciones personales.
Aunque las referencias del autor suelen incluirse con simples títulos, la respuesta que dio en el intercambio con Río Bravo no podía reducirse de semejante manera. Pese a contar con tres libros editados, comenzó a considerarse escritor con esta última publicación: "Si yo pude poner en palabras todo lo que me pasó con mi viejo, ahí sí me considero escritor". Ahora sí: "Ariel Oliveri, escritor y profesor de educación física".
Preceden a "El Dr. Chino y la salita", Un banquito y otros cuentos (2017) y No vengas más Paragua y otros cuentos (2019). También participó de las antologías de cuentos Los profes cuentan (2017), Los profes cuentan 2 (2019) y Microrelatos para la formación docente (2019).
Publicado en Río Bravo el 23 de marzo de 2022