“Tanta carne y yo con hambre”, reza el obsceno piropo, que en comparación con las letras del Reggaetón, es poesía de Gustavo Adolfo Bécquer. Mientras escribo estas líneas anhelo el último asado que comí. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, y mucho pollo se ha posado sobre nuestra mesa. Pensar que las carneadas de vaquillonas eran nuestras fiestas paganas. Una sombra ya pronto serás, bifecito de mi corazón.
¿Cómo les explicaremos a nuestros gurises El Matadero de Esteban Echeverría? ¿Qué bichos mataban esos salvajes federales, que fajaron al afrancesado unitario? ¿Aparecen fotos de las vacas en el Google? ¿Y en las imágenes satelitales? Tantas preguntas sin respuesta, y nos deleitamos con cubitos saborizados. Todo un lujo.
Las milanesas de soja no son una comida para invitar a una muchacha. Son cartón frito. Pero la reina de los cultivos, de la mano de Grobocopatel (el que viajó a Venezuela y ahora se va a la India) y de Eduardo Elsztain (el que le prestó la oficina a Néstor), ha venido a ocupar la cabecera definitivamente. Pobre Diabla, diría don Omar, “la que anda llorando por lo que cuesta la bola de lomo”… Pobre Diabla, “la que un plato de mayonesa de ave se come este verano”.
Más allá de los chistes, si producimos alimentos para más de trescientos millones de personas, no puede haber muertos de hambre en estas tierras. Y no me vengan con el modelo, la distribución de los mensos, la inclusión feudal, y Lavagna en coche, porque van siete años de payada con los mismos argumentos.
Lo más grave es que ahora volvió la represión en su versión clásica, baja en contenido ideológico. Antes te la daban con los nenes de Moyano, las barras bravas, y otras formas de tercerización de las consecuencias. A los tobas formoseños se la dieron los policías de la provincia feudal, nacional y popular, de Don Gildo Insfrán. Pero no se olviden de Terrabusi, Bariloche y Baradero. No hay peor casualidad que la que tiene una causa evidente.
“Hay milicos como hormigas, pero todos no son Artigas”. Y no se olviden que “los milicos no son bobos, aunque sirvan para todo”. Tengo la esperanza de que alguna vez, cuando truene la voz de mando, los políticos se queden regulando. Los milicos también van a los boliches que no son para los ricos. Espero que lo tengan presente cuando la cosa se ponga espesa. Con lo que vale el pan, no va a faltar mucho tiempo. Mal que le pese a los que repiten el chamuyo en dos acordes.
“¿Dónde hay un mango Viejo Gómez?”, preguntaba Tita Merello. Esto se está empezando a parecer peligrosamente a la época del bofe. ¿Dónde estás, aquella solitaria vaca cubana? Vení que te quiero decir una cosa. “¿Dónde hay un mango, que los financistas, ni los periodistas, ni perros ni gatos, noticias ni datos de su paradero no me saben dar?” Se los lleva la deuda don Gómez, se los lleva la Deuda. Esa cuenta eterna, que para dicha de un puñado, nos vemos obligados a pagar y pagar. ¿No será tiempo de investigar a quién le han dado fiado?