El humo se apropia del olfato, difícil oler otra cosa. En Paraná tampoco se puede respirar. Es en vano cerrar puertas, ventanas; el humo atraviesa paredes, se filtra por los poros. El mate sabe más amargo que de costumbre; el humo distorsiona el gusto.
Anuncios, comités, reuniones, nuevos (y viejos) organismos. No alcanzan. Entre intencionalidad e imprudencias, entre anuncios y acciones demasiado paliativas y tan poco preventivas, el fuego sigue. Arrasa flora, fauna y devora el oxígeno.
Cada vez cuesta más respirar. Las gargantas se irritan. El humo nubla la vista, desde lejos no se ve ni tampoco tan de cerca.
No cesan las preguntas (¿Nos quieren matar? ¿Se quieren matar?). Preguntas que nacen en esa búsqueda infructuosa de una explicación que no existe; no para semejante grado de insconciencia o desprecio, o todojunto. Avariciadesprecioinsconcienciaquenosestámatando. Esto pasa en Paraná, esto pasa en Entre Ríos, en el Delta, en Victoria, en Corrientes, en Rosario y en Buenos Aires. Esto pasa en Argentina. No admite más vueltas, ni dilaciones ni soluciones que no solucionan. Ya no.
Publicado en Río Bravo el 13 de octubre de 2022