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Lunes, 18 Mayo 2020 10:06

La calumnia y las actitudes miserables

Escrito por Alejandro Olmos Gaona*

Acabo de leer un comunicado firmado por Shimon Samuels y Ariel Gelblung, Directores de Relaciones Internacionales y para América Latina del Centro Wiesenthal , cuestionando la posible decisión del Banco Central de emitir billetes con la imagen del Dr. Ramón Carrillo, por sus supuestas simpatías con el nazismo. Se agregó un Twitter, de Mark Kent, embajador de Gran Bretaña, que tuvo la osadía de decir: "El nazismo fue el mayor mal del siglo XX. Condujo al Holocausto. La muerte de millones de inocentes. No debemos conmemorar a nadie que participó en este terrible episodio", sugiriendo, no solo las simpatías de Carrillo con el genocida régimen nazi, sino con el auxilio a funcionarios del mismo. A tales expresiones, se unieron la de algunos plumiferos de poca monta, prestos a rasgarse las vestiduras, ante ciertos homenajes, donde ellos siempre ven la sombra del nazismo. Es raro que sus supuestas simpatías con el nazismo no le impidieran ser invitado por los EE.UU. y dictar cátedra en la Universidad de Harvard.

Hay que ser un verdadero miserable para asociar a ese eminente médico que fue Carrillo, con los nazis, o con supuestas experiencias médicas para curar la homosexualidad, protegiendo a médicos alemanes que pretendían hacerlo. Y además de miserable, mentir descaradamente, para confundir, y sugerir un "costado oscuro" del más grande sanitarista que tuvo el país, que llevó a cabo durante los 8 años de su gestión una política sanitaria, que ni antes ni después nadie quiso igualar.

Quién fue Ramón Carrillo

Obviando detalles de su nacimiento en Santiago del Estero, siendo de una vieja familia de la provincia descendiente de los primeros pobladores del país, en 1923 se recibió de bachiller con medalla de oro y al año siguiente ingresó en la Facultad de Medicina de la UBA, donde obtuvo el título de médico a la edad de 22 años.

Sus notables calificaciones le permitieron ganar en 1930 la Beca de la Universidad de Buenos Aires que le permitió perfeccionarse en Holanda, Francia y Alemania.

Regresó al país en 1933 y por pedido de los Dres. Balado y Arce se le encargó la organización del Laboratorio de Neuropatología del Instituto de Clínica Quirúrgica.

En todos esos años se dedicó al intenso estudio de la neurología, pero también iba reflexionando sobre el lamentable estado sanitario que podía observarse en el país, donde solo sobresalía el célebre Hospital de Clínicas

En 1937 recibió el Premio Nacional de Ciencias y dos años después se hizo cargo del servicio de Neurología y Neurocirugía del Hospital Militar. Esta función le permitió conocer a fondo la realidad sanitaria del país, ya que por esos años muchos jóvenes eran rechazados del Servicio Militar por no tener la aptitud física para encarar las actividades militares. En la mayoría de los casos esas enfermedades estaban relacionadas con la pobreza, muy particularmente en aquellos que provenían del interior.

La insuficiencia de camas, la deficiente situación de los hospitales públicos, donde el Estado no estaba presente, dependiendo de lo que hicieran instituciones de caridad, lo llevaron a pensar que era necesario no depender de esas voluntades caritativas, sino de una política en materia de salud pública.

En 1941 fue designado profesor adjunto de la Cátedra de Neurocirugía, y al año siguiente al morir su maestro Manuel Balado, titular de la Cátedra, se presentó al concurso para reemplazarlo logrando el nombramiento a los 35 años. Sus preocupaciones quedaron explicitadas, al hacerse cargo de la cátedra, diciendo a sus alumnos “…los más nobles sentimientos se pervierten en el vaso impuro del corazón humano si un ideal altruista y de trabajo no lo embalsama, purificándolo del mal de las codicias y de la convicción materialista de que la vida es botín legítimo del más fuerte". Formó allí un grupo de talentosos discípulos, entre ellos Germán Dickmann, Raúl Matera, D. E. Nijensohn, Raúl Carrea, Fernando Knesevich, Lorenzo Amezúa, Jorge Cohen, Jacobo y León Zimman, Rogelio Driollet Laspiur, Juan C. Christensen y Alberto D. Kaplan.

Al asumir Perón el gobierno en 1946, creó la Secretaría de Salud Pública, designando a Carrillo al frente de la misma. Con posterioridad, en 1949, se transformaría en Ministerio.

Al asumir la Secretaría, el panorama de la salud pública argentina era desolador. Excepto los grandes maestros de la medicina que hacían lo que podían en los hospitales, no existía una política sanitaria, a lo que se sumaban las deficiencias ya apuntadas y la falta de insumos. Como no toleraba el amiguismo, ni era complaciente con sus familiares, prohibió que sus dos hermanos médicos, ocuparan alguna función durante su ministerio.

Fue entonces que desarrolló su “Plan Analítico de Salud Pública”, invalorable documento de más de 4000 páginas donde se contemplaban hasta los más mínimos detalles, no solo de lo que debía ser la salud pública sino que incluía las funciones de todos los actores intervinientes en el funcionamiento de una política sanitaria integral.

Sería muy extenso contar todo lo que hizo, lo que escribió, sus constantes preocupaciones. Los datos de su gestión son concluyentes: aumentó el número de camas existentes en el país, que pasó de 66.300 en 1946 a 132.000 en 1954; erradicó epidemias como el tifus y la brucelosis; redujo la mortalidad infantil del 90 por mil a 56 por mil; la sífilis y otras enfermedades venéreas desaparecieron en su totalidad; erradicó el paludismo y disminuyó el índice de mortalidad por tuberculosis de 130 por 100.000 a 36 por 100.00, y también el mal de chagas en una proporción enorme. Diseñó centros de salud, ocupándose hasta del diseño arquitectónico de los mismos, para que fueran confortables, como 4 grandes policlínicos de primer nivel. Hizo construir 234 centros asistenciales, 60 institutos de especialización, 50 centros materno infantiles, y 23 laboratorios y centros de diagnóstico. Creó la primera fábrica de medicamentos del Estado, para que los hubiera a muy bajo precio. Esos institutos de investigación eran fundamentales, porque hasta llegar él, todo era difícil, .

Desde la gestión de Carrillo se comenzaron a cumplir normas sanitarias incorporadas en la sociedad argentina como las campañas masivas de vacunación (antivariólica y antidiftérica) y la obligatoriedad del certificado para la escuela y para realizar trámites. Se implementaron campañas masivas a nivel nacional contra la fiebre amarilla, las enfermedades venéreas y otros flagelos.

Carrillo combatió y triunfó contra el paludismo con núcleos de agentes sanitarios que recorrían rancho por rancho y casa por casa, la salud llegaba a los rincones más remotos de la Argentina.
Algunas de las frases de sus numerosos escritos muestran cual era su concepción de la salud pública: "Mientras los médicos sigamos viendo enfermedades y olvidemos al enfermo como una unidad biológica, psicológica y social, seremos simples zapateros remendones de la personalidad humana.” ”Debemos pensar que el enfermo es un hombre que es también un padre de familia, un individuo que trabaja y que sufre; y que todas esas circunstancias influyen, a veces, mucho más que una determinada cantidad de glucosa en la sangre. Así humanizaremos la medicina". "La medicina moderna tiende a ocuparse de la salud y de los sanos y el objetivo principal es ya no curar al enfermo sino evitar estar enfermo". "La medicina no sólo debe curar enfermos sino enseñar al pueblo a vivir, a vivir en salud y tratar que la vida se prolongue y sea digna de ser vivida". “Actualmente no puede haber medicina sin medicina social y ésta no puede existir sin una política social del Estado. ¿De qué sirve a la medicina resolver científicamente los problemas de un individuo enfermo, si simultáneamente se producen centenares de casos similares por falta de alimentos, por viviendas antihigiénicas –que a veces son cuevas – o por salarios insuficientes que no permiten subvenir debidamente las necesidades? Los problemas de la medicina, como rama del Estado, no podrán ser resueltos si la política sanitaria no está respaldada por una política social”.

Debido a reiterados problemas con varios ministros del gabinete de Perón, a un enfrentamiento con el Vicepresidente, almirante Tesaire, debido fundamentalmente a discrepancias que tenía con ellos por sus profundas convicciones católicas y algunos aspectos de su gestión Carrillo presentó su renuncia el 16 de junio de 1954, yéndose con su esposa y sus cuatro hijos a tratarse de algunos problemas de salud a los Estados Unidos aprovechando para dar una serie de conferencias en la Universidad de Harvard.

Desde allí se enteró de que el ministro de Salud del gobierno revolucionario, coronel Ernesto Alfredo Rottger, había ordenado entrar a su casa, que fue saqueada, apropiándose de cuadros, condecoraciones, medallas, y todo objeto de valor que se encontró. Además, se confiscaron sus escasos bienes, que fueron interdictos. Le costó creer la destrucción de cientos de pulmotores que habían sido adquiridos para combatir la poliomielitis, y que se detuvo de inmediato la construcción de ese monumental hospital que había ideado, y que después se lo llamó el Elefante Blanco, que sería el más grande de Latinoamérica.

Aunque se puso a disposición del gobierno, para que lo investigaran, no consiguió ninguna respuesta, y tuvo que soportar humillaciones, difamaciones, que se lo llamara “ladrón de nafta” y fuera exhibido por las nuevas autoridades como uno de los tantos ejemplos de corrupción.

Se lo investigó de todas las formas posible: se secuestraron sus papeles, se leyeron minuciosamente todos los documentos que había escrito a ver qué encontraban, se investigó a sus colaboradores. Todo aquello que sirviera para enlodarlo, fue revisado escrupulosamente, y no encontraron nada., ni el más mínimo elemento de juicio para poder incriminarlo de algo. Si algo relacionado con el nazismo se hubiera hallado, lo hubieran difundido, por esa manía de atribuirle a Perón simpatías por ese régimen y que había llevado a falsificar documentos oficiales para demostrarlo.

En el canallesco informe de la Comisión Investigadora que presidía el Dr. Julio Martinez Vivot, aunque no se había podido probar nada se hizo constar: “Mostremos sus lacras para los que creyeron y aún creen en ellos observando la verdadera piel de estos falsos corderos. Especialmente para que las generaciones futuras no se dejen impresionar por cantos de sirenas y recuerden una época nefasta y oprobiosa por la que el país ha pasado y que nunca ha de volver a repetirse, Dios mediante”.

Dada su precariedad económica y la imposibilidad de sostenerse en los EE.UU., consiguió trabajo en una empresa minera en Belem do Para (Brasil). Sus últimos meses fueron activos porque a pesar de su enfermedad trabajó en el Hospital Aeronáutico del lugar, y en de la Misericordia. Debió soportar el vejamen de saber que las autoridades, habían pedido a Brasil, que no se le prestara ayuda médica por ser un prófugo de la justicia.
Al analizar exámenes que le habían hecho, supo que le quedaban pocos meses de vida, y a pesar de ello siguió trabajando hasta que tuvo un derrame cerebral, que fue el prolegómeno de su muerte. No pudo contar con la ayuda de uno de sus discípulos que se negó a viajar para operarlo y tratar de salvarle la vida.

Murió el 20 de diciembre de 1956, y no autorizaron a sus familiares a trasladar sus restos a Santiago del Estero donde había nacido.

Recién en 1965, se le devolvieron a sus hijos sus dos únicas propiedades. Una de ellas, la quinta de Adrogué, tenía una hipoteca por el 80% de su valor.

Finalmente en 1972, durante la presidencia de Lanusse, se pudieron trasladar sus restos desde Brasil, a su provincia de Santiago del Estero.

* El autor publicó originalmente este escrito en su muro de Facebook. Reproducido por Río Bravo el 18 de mayo de 2020.

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