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Domingo, 02 Abril 2023 08:37

"Es una ausencia que se siente cada día"

Escrito por Juan Pablo Arias

Entrevista a Claudia Ferreyra, “hija de un desaparecido del crucero General Belgrano”. A 41 años de su hundimiento, en este diálogo con el periodista Juan Pablo Arias, repasa su primera infancia, la guerra y la noticia del hundimiento; el duelo y la abuela Cleme, esa mamá que siempre esperó; la desmalvinización y el ejercicio de la memoria.

Claudia creció sin su papá. La guerra de Malvinas se lo quitó. Lejos del resentimiento y del enojo, se muestra agradecida con la vida y cuenta con humildad la historia de su padre y la suya. “Soy hija de un desaparecido del crucero General Belgrano, de un héroe”, dice orgullosa, mientras los ojos se le vuelven vidriosos.

De trato afable y cordial, Claudia abre las puertas de su casa y de su corazón. Es fácil sentirse a gusto en una charla con ella. Su generosidad se percibe e intuye al instante y se confirma con el correr de los minutos. Con calidez y paciencia casi maternal, o como quien enseña frente a un aula, relata la biografía de su vida y la de su papá, Gerardo “Tito” Ferreyra, a quien la historia vernácula recuerda como “héroe de guerra”, “caído de Malvinas”, “desaparecido del Belgrano”, todo junto y al mismo tiempo.

Su nombre completo es Claudia Andrea Ferreyra, docente por formación y vocación. En la actualidad se desempeña en el cargo de directora de la escuela parroquial número 158 San Benito Abad, de la localidad de San Benito, departamento Paraná, Entre Ríos. Tiene 49 años, abrió los ojos al mundo el 24 de enero de 1974. Dice con satisfacción que nació y vive en Paraná, en el Barrio Assver. Está casada con Daniel Díaz; es madre de tres hijos, Marisa Gisel de 21 años, Matías Gerardo (en homenaje a su abuelo) de 19 y Maia Guillermina, de seis.

Entre 1992 y 1994, estudió y se recibió de Profesora de Enseñanza Primaria, en la Facultad Teresa de Ávila de la capital provincial, dependiente de “la UCA”, como ella y tantos otros la llama habitualmente, en rigor “Pontificia Universidad Católica Argentina”. Aclara que “la universidad tiene hoy otro formato académico y funciona en otro edificio, en ese entonces se dictaba la carrera en el Colegio (Nuestra Señora) Del Huerto”. Completó su formación académica en el año 2000 con un “pos título, también de la UCA, un Profesorado en Dirección y Supervisión Educativa”, agrega.

En la cocina, desayunando tarde ‒ya es cerca del mediodía‒ están sus hijos mayores. Maia, la menor, corre por toda la casa paseando un caballito de larga cabellera. La entrevista se da en un lugar apartado, en una amplia habitación, “que funciona como estar y quincho”, aclara ella. Está iluminada con luz natural, tenue, el clima es propicio para la evocación y la intimidad necesaria que alienta el recuerdo.

Primera infancia, la guerra y la noticia del hundimiento

Gerardo Ferreyra, papá de Claudia, nació en 1949, se crió en Paraná, en el barrio de San Agustín; era suboficial segundo de la Marina, mecánico y cumplía tareas de mantenimiento. En el año 1973 se casó con Mirta Raquel Faciano. Recién casado fue convocado para cumplir funciones en la Base Naval Puerto Belgrano (BNPB), de la Armada Argentina, situada en el Partido de Coronel de Marina Leonardo Rosales, en las proximidades de la ciudad de Punta Alta, al sur de la provincia de Buenos Aires.

Mirta fue con él. Se instalaron en el barrio militar que estaba próximo a Puerto Belgrano. Al poco tiempo llegó Claudia y dos años después, en 1976, nació Cristian Darío para terminar de completar el sueño de la joven pareja de formar una familia.

—¿Naciste allá, en Punta Alta?

—No. Yo nací acá, en Paraná —esboza una sonrisa cortés como para mitigar la corrección—, porque al tener ellos sus familiares acá venían frecuentemente, y en el tiempo de mi nacimiento estaban acá, fue en la época de sus vacaciones. Según lo que cuenta mi mamá, era la intención que yo naciera acá, que fuera entrerriana, entonces ellos se vinieron en las vacaciones, nací yo y después nos volvimos a Punta Alta.

—¿Cómo fue tu infancia en ese barrio militar? ¿Qué recordás?

—Recuerdo la gente que vivía la misma realidad que nosotros, con los papás viajando. Porque ese recuerdo también tengo de mi papá, que si bien su presencia se hacía sentir cuando él estaba, en el afecto, en el cariño, en todo el tiempo compartido, pero también recuerdo estas ausencias por sus viajes.

—Es decir, ¿él se embarcaba y pasaba largos períodos fuera de casa?

—Claro. El pasaba períodos donde estaba afuera y en ese tiempo estábamos con mi mamá y las otras familias, vecinos que tenían también las mismas realidades que nosotros.

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—Entre lo que te acordás y lo que te contaba tu mamá, ¿cuándo y cómo toman conocimiento de un conflicto militar en Malvinas?

—En realidad yo tomo más conocimiento, por lo que recuerdo, a partir de lo que me sucedía como estudiante, porque iba a la escuela. Recuerdo los relatos de las docentes en esto de que los soldados estaban yendo a Malvinas, que se había hecho el desembarco, que fue el inicio de la guerra. Recuerdo mucho la Marcha de Malvinas, era algo que a nosotros también nos enseñaban, que cantábamos.

—Vivían es un barrio militar, existía una idea patriótica allí, acompañada por la enseñanza de este tipo de elementos simbólicos como la Marcha de Malvinas.

—Sí, sí. También había mucho de embanderar la casa. Era un tiempo especial que se vivía desde ahí, acompañando. A todo esto, mi papá estaba de alguna manera preparándose para zarpar. En ese entonces nosotros no sabíamos todo este trabajo previo. Él teóricamente estaba trabajando, eso era lo que sabíamos de niños y que él, seguramente, estaba preparándose –como todo militar– para esta situación de conflicto.

—¿Cuándo se embarca para Malvinas? ¿Recordás ese momento? ¿Lo tenés presente?

—Yo no recuerdo concretamente el último momento con él, eso no lo recuerdo. Sí tengo el recuerdo de haberlo acompañado en otras instancias anteriores, por ejemplo al barco y saber en dónde él trabajaba, no el momento previo a Malvinas o a que ellos zarparan. Ellos se van el 16 de abril de 1982, es el día que zarpa el crucero de Puerto Belgrano. Como él ya venía preparándose para esto seguramente no nos han querido decir que se iba a este conflicto. Sí lo supe en el momento en que nos enteramos que habían hundido el barco.

—Mientras tanto, ¿sabían que había una guerra? Vos, con 7 años, ¿recordás el proceso de la guerra, antes de llegar al hundimiento?

—Yo lo que recuerdo mucho es cómo en ese momento teníamos que oscurecer la casa. Al ser un lugar militar, la zona próxima al puerto, recuerdo que teníamos que tapar las ventanas, para que no se viera la luz de la casa, como una protección digamos, ante posibles bombardeos y situaciones propias del conflicto por ser una zona militar.

—¿Ahí indirectamente sentías la guerra?

—Sí. Recuerdo que mi mamá escuchaba mucho los medios, la televisión en ese momento, seguramente sabiendo que se estaba preparando mi papá en esto. Y ahí yo recuerdo escuchar estas noticias respecto de los soldados. Y sí me quedó muy patente este recuerdo de haber tapado las ventanas y de oscurecer todo con frazadas para que no se viera la luz hacia afuera.

—¿Cuándo y cómo te llega la noticia del hundimiento del Belgrano? ¿Tenés algún recuerdo del momento?

—Tengo el recuerdo de haber llegado de la escuela y encontrar a mi mamá llorando, enterándose de esta noticia del hundimiento del crucero, fue muy fuerte —no puede seguir con el relato, el dolor aparece, es difícil de contener, la voz se le quiebra y los ojos se le llenan de lágrimas, toma aire, continúa con dificultad—. Es lo que yo recuerdo porque la encontré a mi mamá llorando y fue muy difícil para nosotros como niños entender que en ese barco estaba mi papá y qué podía pasar en esta situación del hundimiento, no sabíamos lo que iba a pasar.

El 2 de mayo de 1982 fue hundido el Crucero General Belgrano, impactado por dos torpedos lanzados desde el submarino inglés Conqueror. El ataque se realizó fuera de la denominada Zona de Exclusión Total (Total Exclusion Zone) que fuera establecida por el Reino Unido el 30 de abril del mismo año. Iban a bordo 1.093 tripulantes. Fallecieron 323 personas, casi la mitad del total de muertos argentinos en aquella guerra.

En diciembre del mencionado año, finalizada la guerra, el Gobierno de facto ordenó la elaboración del Informe Final de la Comisión de Análisis y Evaluación de las Responsabilidades del Conflicto del Atlántico Sur, más conocido como Informe Rattenbach. En el párrafo final dice: “Al Reino Unido, vencedor de la contienda, le queda hoy el análisis desapasionado de su conducta durante el conflicto (…) De este análisis surgirá, a no dudarlo, el hecho intrínsecamente cruel por innecesario, cual fue el hundimiento del Crucero ARA General Belgrano. Su responsabilidad por este acontecimiento, además de otros de menor cuantía, es insoslayable”.

Tito, desaparecido del Belgrano

En los inicios de 1982 Gerardo Ferreyra fue embarcado en el Crucero General Belgrano, rumbo a Malvinas. El 2 de mayo de ese año, cuando el torpedo criminal inglés impactó en el buque insignia de la Armada Argentina, Tito se encontraba en la sala de máquinas, en el exacto lugar de la explosión. Ahí se lo habría visto por última vez con vida, es difícil pensar que pudo escapar de la explosión; sin embargo, otra historia, contada años más tarde por un compañero, lo ubica en la parte superior del barco, intentando llegar a los botes salvavidas. El resultado no cambia con las versiones de lo sucedido en el momento final, luego del impacto del proyectil. Tito nunca volvió.

—¿Qué te contaron los compañeros de tu papá, aquellos que estaban en el Belgrano con él, de lo que sucedió y de lo que creen o saben que le pasó?

—A nosotros nos costó mucho volver y recuperar un poco de esa historia porque éramos chicos y fue una cosa que no lográbamos entender demasiado. Pienso también que mi mamá, a modo de protegernos, era poco lo que nos contaba. Recuerdo que siempre teníamos la esperanza de que él pudiese volver. Creo que eso fue lo que más nos quedó entre mi mamá y mi abuela paterna Clementina, esa esperanza que nunca se pierde, de volver a estar con él. Como estaban estas noticias de los prisioneros que llegaban, que después de varios días volvían, siempre teníamos la esperanza. Y después, de grandes, teníamos encuentros con algunos que regresaron, y que nos contaban que habían visto a nuestro papá, que había saltado a las balsas.

—¿Él saltó a las balsas?

—Lo habían visto saltar a una balsa. También supimos que, tal vez por el frío, recuperaron algunos que no estaban con vida dentro de las balsas. Otros no resistieron, a algunos los rescataron…

—¿No perdió la vida en el impacto del torpedo, por su profesión o por su trabajo, por su lugar de ubicación en el barco?

—En realidad, nosotros pensamos que por su trabajo, por su función, él era maquinista, era una posibilidad que haya quedado en la sala de máquinas pero también tuvimos este testimonio de un tripulante que volvió y que nos contó que lo habían visto saltar a una de las balsas —hace una pausa, mira hacia arriba, como buscando en su memoria—, pero bueno, más allá de eso, otro rastro, otro indicio, no hay, no tenemos.

—Imagino, entonces, que la esperanza siempre estuvo muy presente.

—Seguro, porque había muchas noticias en ese momento, porque decían que estaban saltando a las balsas. El Belgrano, como todo barco, tenía su equipo de salvamento. Nosotros siempre seguíamos con la esperanza de que volviera y en esos días estábamos muy atentos a ver qué pasaba. Sabíamos del hundimiento pero también sabíamos de muchos que habían podido salvarse en las balsas.

—Muchos de los cuales, estimo, deben haber convivido con tu papá y con ustedes en ese barrio.

—Sí, seguro. Muchos que conocíamos y conocíamos a las familias también. Siempre esperando noticias de esa situación que había pasado con el buque de rescate, con las balsas que estaban en el mar y esperando esas noticias.

—¿Y no llegó esa noticia que esperaban?

—Después del hundimiento del crucero mi mamá siempre iba y venía buscando noticias en la Base que era dónde llegaba la información. Siempre esperando que en ese listado de los que regresaban estuviera mi papá. Y no llegaba y no llegaba la noticia. Mi mamá en ese tiempo decidió traernos a nosotros acá a Paraná; volvimos y nos quedamos con mi abuela paterna.

—¿Cuánto tiempo después del hundimiento del Belgrano vuelven?

—No recuerdo bien pero cerca de unos días. Me acuerdo que mi mamá volvía para buscar noticias.

—¿Ustedes se quedan en Paraná y tu mamá se vuelve?

—Sí, ella vuelve allá. Mi mamá nos trae, nosotros nos quedamos acá con mi abuela por todo este proceso de conseguir noticias, para ver cómo iba todo este rescate que se iba haciendo, porque iban apareciendo, iban sabiéndose de ellos.

—¿Estamos hablando de muchos días?

—Sí, unos días. Después ella volvió con nosotros y se volvió a ir, porque también había noticias de que tomaban prisioneros a algunos de ellos.

—¿Ya finalizada la guerra ella seguía volviendo a la Base para buscar información?

—Claro, ella seguía volviendo a buscar la información —reafirma lo que escuchó y le suma un movimiento afirmativo con la cabeza, como si fuera una obviedad—. Yo no recuerdo bien cuánto tiempo duró esto de que ella iba y venía pero sí sé que ella siempre estaba atenta a las informaciones. Después hubo un momento en que ya se quedó con nosotros; pienso que fue cuando a mi papá lo dieron por desaparecido, cuando ya no hubo noticias ni de su cuerpo ni de su vida. Entonces ahí, cuando lo declaran como desaparecido, ella vuelve y se queda con nosotros acá.

—¿Ha habido acompañamiento puntual del Estado?

—A nivel Estado se ha acompañado. En algunos tiempos económicamente, un reconocimiento económico se recibió, que se ha tenido gracias a Dios y que ha ayudado mucho a mi mamá a afrontar toda su vida después de haber perdido la fuente de trabajo que era mi papá y ella haberse quedado a cargo de su familia en un tiempo tan difícil. Esa ayuda económica también se fue dando, pero después de haber pasado un tiempo.

El duelo y la abuela Cleme, esa mamá que siempre esperó

Clementina Ramona González de Ferreyra, “La Cleme”, falleció en la antesala de los 102 años, a sólo tres días de su cumpleaños, en 2019. Hasta su suspiro final esperó el regreso con vida de su hijo Gerardo. Tal vez por eso fue tan larga su vida, tan añosa. Cada vez que escuchó golpear la puerta de su casa, en sus últimos 40 años, esperó que fuera él el que estaba del otro lado, que la volviese a abrazar como si el tiempo nunca hubiera transcurrido. Pero no sucedió, murió con el deseo, con la ilusión y la con pena.

Gerardo quedó en el mar cercano a Malvinas, y a casi 1.500 kilómetros de distancia quedó toda su familia esperándolo. A partir de entonces padecerían la pena sin la posibilidad, tan necesaria, de hacer el duelo como corresponde, la ausencia del cuerpo no se los permitió. Tito ha sido un desaparecido de aquella guerra lejana, con todo lo que eso significa.

—Te pregunto sobre el duelo, ¿qué paso con la mamá de él, con tu abuela Cleme?

—Ella siempre tuvo esa esperanza, esa esperanza que se fue con ella, la de poder volver a ver a su hijo. Seguramente estará en el cielo junto a él. Ella soñaba con él, soñaba con que estaba prisionero y volvía. Nos contaba que soñaba con que le golpeaban la puerta y él aparecía. Fue un esperar permanente. Ella ofreciendo su vida por la de su hijo. No llegó esa posibilidad del reencuentro. En el cielo seguro podrán reencontrarse.

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—En este proceso de duelo, de ir construyendo la historia de tu papá, ¿han podido ir a Malvinas, vos, alguien de tu familia?

—No en mi caso, sí mi hermano tuvo la oportunidad de viajar y estar en el cementerio de Darwin con un grupo de familiares. En ese entonces un solo familiar podía asistir por cada uno de los caídos, así que pudo viajar él. Mi mamá pudo realizar un viaje también a la zona del hundimiento del Crucero. Ella no llegó hasta Malvinas pero si llego a la zona del hundimiento, allí también viajaron familiares pero siempre ha sido la posibilidad de que un solo familiar por caído asista, entonces ellos dos han sido los que han tenido la posibilidad de ir. Ahora, hace un tiempo que esas posibilidades no están, así que yo no he tenido la oportunidad de volver.

—¿Y cómo ha sido particularmente para vos el duelo?

—El duelo nunca termina porque al estar en esta situación de desaparecido es como que una nunca termina de cerrar ese duelo. Es una ausencia que se sigue sintiendo cada día; cada año que va pasando es un renovarse de esa ausencia. Una se acostumbra con el pasar de los años gracias a la fortaleza que nos han dado nuestras familias, sobre todo mi mamá que fue el pilar para nosotros. Fue ella quien nos hizo sentir que si bien nuestro papá no estaba, él seguía estando con nosotros. No estaba en la presencia pero seguía estando con nosotros. Ella siempre trayéndonos el recuerdo, su experiencia de la vida corta que tuvo con él, porque la verdad que fue muy poquito tiempo entre su noviazgo y su casamiento lo que estuvieron juntos; eran muy jóvenes, entonces, por eso, fue muy sentido también. Por eso es un duelo que no termina de cerrarse nunca. Pero bueno, sabemos que él está presente entre nosotros, en nuestra familia, en el legado que nos ha dejado como héroe, como argentino. No solamente a la familia sino que también a toda nuestra nación con este legado que nos han dejado ellos (los caídos en Malvinas).

A diferencia de su abuela, Claudia supo encontrar la forma de despedir a ese ser amado, a su papá. El tiempo a veces permite hacer un proceso de asimilación del dolor por la pérdida, de encontrar esa resiliencia necesaria para seguir con la vida sin la angustia como mochila permanente, no es que desaparece, sino que se aprende a vivir con ella, a soportar la herida.

Desmalvinización y el ejercicio de la memoria

El proceso posterior a la derrota argentina en la guerra significó un cambio sustancial en la mirada de un pueblo y de un Estado sobre la denominada “Causa Malvinas”. Hubo un viraje, lejos del clima heroico y patriótico que se mostraba durante el conflicto bélico. El paso del tiempo y la llegada de nuevos gobiernos permitieron ir recuperando un poco del aquel sentido nacional de pertenencia y reivindicación sobre ese territorio nacional.

—¿Cómo viviste los años posteriores a la finalización de la guerra? Muchos hablaron, y hablan, de un proceso de desmalvinización en general, en la sociedad y en el Estado. ¿Vos te acordás de eso? ¿Cómo lo viviste?

—Lo que recuerdo de ese proceso de desmalvinización, como vos decís, es que no recuerdo de chica que hayamos tenido homenajes, actos recordatorios, presencia viva entre el pueblo. Es como que hay un paréntesis entre el término de la guerra y unos buenos años después, donde en ese tiempo no se supo nada. Donde no hubo noticias de nada, donde no se habló de nada. Los recuerdos míos empiezan de mucho más grande, de una etapa donde uno ya se puede decir: se volvió, se recuperó la causa Malvinas.

—¿Te dolía?

—No recuerdo haberlo sentido como un sufrimiento. Yo siempre cuento que estuve acompañada, todo el tiempo. Tal vez, también tiene que ver con esta esperanza que nunca se perdía, ¿no?, con la posibilidad de que rezábamos, buscábamos noticias. Como todavía había esperanza entonces como que no se notaba. Mi mamá de alguna manera siempre trataba de estar como fortalecida en la presencia nuestra. Ella después, cuando nosotros fuimos más grandes, nos contaba de sus momentos de llantos y de dolor, de sufrimiento. Ella siempre trató de evitarlos delante de nosotros.

—En la actualidad, ¿cómo es el proceso para recordarlo, esa construcción de la memoria? Te pregunto en dos aspectos, en el familiar y como maestra y directora de escuela.

—Como mamá siempre le enseñé a mis hijos que ese trabajo fue elegido por su abuelo. Él estaba orgulloso y estaba feliz de lo que estaba haciendo, de dónde estaba, de lo que había elegido para su vida. También formando su familia y trasladando su familia a su lugar de trabajo, su familia como algo primordial. Contándoles todo esto. También de esa valentía por haber dado su vida por la patria, por la defensa de la patria, por todos los argentinos, entonces ese mensaje que uno les deja a nuestros hijos también lo dejo como maestra y como directiva de una escuela; recuperando este sentir patriótico de decir, es una tierra que es nuestra y es una tierra por la cual nuestros héroes dejaron su vida.

—¿Qué te dicen tus hijos sobre Malvinas? ¿Qué preguntas hicieron, o hacen, sobre el abuelo?

—Ellos preguntan, sobre todo el varón es quien más se involucra, es por la experiencia que tiene con su papá; ellos en su casa también tienen un papá militar. Mi esposo también es militar, integrante de la Fuerza Aérea, entonces es como una manera de vivir desde otro tiempo aquello que estuvo viviendo su abuelo, la experiencia de la vida militar. De lo que implica, de lo que significa, del compromiso, viviéndolo desde allí. Preguntando cómo era el abuelo, qué era lo que hacía.

—Hoy 41 años después del hundimiento del Belgrano, ¿qué sensaciones tenés? ¿Qué recuerdos te trae después de este tiempo transcurrido?

—Hoy me encuentra fortalecida. Hoy nos encuentra a todos como familia también fortalecidos con el paso del tiempo, queriendo tener siempre la memoria presente. De ellos, de los que dieron su vida, de los que regresaron, tenerlos también presentes y, de alguna manera, también sentirlos parte de la familia porque ellos también han sufrido mucho. Una intenta recuperar ese vínculo con los que han vuelto, con los veteranos, sabiendo que han sufrido mucho, tanto allá como en el tiempo posterior. Hoy vivimos todo un proceso que se ha venido llevando de recuperar y de homenajear, de recuperarlos a ellos y de esta historia viva que la tenemos entre nosotros. Es importante que los valoremos y que los hagamos sentirse parte de estas nuevas generaciones.

—¿Creés que la sociedad y el Estado acompañan hoy a este proceso, con las familias y con los veranos?

—Creo que se ha venido acompañando en estos últimos tiempos, de una u otra manera. Si bien hay diferencias, uno las ve entre unos integrantes y otros, entre una comisión y otra, entre un grupo y otro que tienen que ver un poco con lo político o con lo social, pero más allá de eso creo que en todos existe este querer recuperar esa historia y tenerlos presentes, a los veteranos, a los que están, y homenajear a quienes dieron su vida.

A sus 49 años Claudia Ferreyra ha aprendido a vivir con el dolor, a asimilarlo. Encontró en el ejercicio de la memoria, en el recuerdo de su padre, tanto público como familiar, el bálsamo para la herida abierta, esa que no termina de cerrar. “Hoy tenemos el compromiso de dar este mensaje a quienes están actualmente con nosotros y que sepan todo lo que en Malvinas perdimos”, sentencia con la seguridad propia que otorga la experiencia de haber recorrido el camino.

La charla va terminando, Maia está en la habitación, a upa de su mamá, sigue cargando su caballito. La vida familiar parece recobrar protagonismo alrededor de Claudia. Mientras se levanta de la silla, a modo de mensaje final dice: “Esperemos que la independencia de Malvinas pueda resolverse de manera pacífica, sin que se cobre más vidas, que sea a través del diálogo, a través de la paz”.

El hundimiento del Crucero General Belgrano no sólo apagó la vida de 323 argentinos, jóvenes llenos de futuros y esperanzas, sino que además dejó secuelas imborrables en todos aquellos que al día de hoy los añoran, los lloran y los reivindican como héroes.

Publicado por Río Bravo el 2 de abril de 2023. 

Modificado por última vez en Domingo, 02 Abril 2023 09:03

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