En el oeste de Paraná prepararon una fiesta deportiva y recreativa para la gurisada con el objetivo de seguir poniendo a la cultura y el deporte como herramientas para combatir la exclusión y las adicciones. Javier Billordo nos contó cómo se organizan, desde el pie, para dar esta lucha con alegría.
El escritor, exjugador de Newell´s de Rosario, estuvo en Paraná donde compartió un rico intercambio con docentes, estudiantes e integrantes de diversas instituciones en torno a la inclusión social y el deporte y el arte como posibles herramientas en un contexto complejo. En un breve diálogo con Río Bravo habló, entre otros temas, sobre su cambio de mirada en torno al deporte, su llegada a la literatura, las causas que lo motivan a recorrer el país para propiciar estos debates, las presiones de la competencia a nivel profesional y una de sus más lamentables consecuencias: los suicidios en el fútbol argentino.
El escritor y exfutbolista profesional participará, el 5 de junio, de una actividad organizada por AGMER Paraná para abordar la problemática de las infancias y adolescencias y su derecho "a un presente y un futuro pleno". Una mirada colectiva por sobre el individualismo reinante en el fútbol-negocio y la concepción del deporte y el arte como herramientas de inclusión son parte fundamental de su producción literaria y de sus charlas.
Gurises, jóvenes, adultos, ancianos y ancianas de Paraná tendrán acceso durante todo el año a una pileta pública, climatizada y cerrada. El proyecto de cerramiento se concretó durante el verano y ya es una realidad. Un gran paso para el acceso a la práctica deportiva y a hábitos de vida saludables en las barriadas populares que, por limitaciones económicas, no suelen ser moneda corriente. "Es un gran logro no sólo para el complejo sino para la ciudad de Paraná", destacó la directora del en el Centro Provincial de Educación Física (CPEF) N°1 Evita, Nora Coronel.
“Entender, de una vez por todas, que el fútbol es un negocio”. La frase se dio en el marco de una asamblea de socios y socias de Estudiantes de La Plata. Una de las presentes pidió la palabra para exigir más recursos para el fútbol femenino, lo que disparó esa respuesta del exjugador de Estudiantes de La Plata, Boca Junios y el Manchester United, Juan Sebastián Verón, quien actualmente es vicepresidente del club platense. Aunque la mercantilización del fútbol es una realidad al margen de toda opinión, no puede ni debería soslayarse que es, ante todo, un hecho cultural; lo otro viene después.
Gracias por otra hazaña colectiva.
La selección argentina de fútbol ganó la Copa América frente al local Brasil, en el estadio Maracaná, después de 28 años sin títulos para la selección mayor, una alegría absolutamente necesaria que llega en un contexto muy complejo: nada más ni nada menos que una pandemia mundial que se llevó miles de vidas y costó grandes sacrificios en todo el mundo.
Una gran parte de nuestro pueblo festeja, se desahoga, está feliz y agradecido, felices por nosotros y por muchos de estos jugadores que padecieron tantas críticas despiadadas de los mercaderes de los medios.
Y nosotros partimos de la premisa de que la felicidad es colectiva o no es. Por eso, más que nunca, se hacen necesarias algunas palabras que expliquen este estado de gratitud y felicidad.
Seguramente para quienes piensan que ganar es una obligación, que no existe otra cosa, tal vez esta victoria no les parezca tan importante, ni una hazaña, ni nada; para ellos, ganar debe ser algo tan natural como respirar.
Quienes lo valoramos de otra forma, somos conscientes de lo difícil que es ganar un torneo donde juegan 10 equipos y sólo gana uno.
Y como si fuera poco, ganarle la final a un Brasil que con Tite como entrenador no había perdido partidos de local. Y sabemos, aunque algunos se enojen, que Tite y este Brasil son de los mejores.
Más allá de los cantitos que a todos nos gustan y el folclore sabemos lo difícil que es, y estamos agradecidos. Sabemos que, hasta antes de esta final al menos, lejos estábamos de ser el papá de Brasil, de hecho la última final que la selección Argentina le había ganado a Brasil fue en 1937, después perdimos en 2004, 2005 y 2007, claro que en el medio hay partidos muy recordados como el del mundial Italia 90 con Diego Gardel Maradona y su Lepera personal, Claudio Caniggia. Por eso la hazaña de los Messi y Di María cobra más relevancia.
Quizá quien piensa que al rival se lo achica con un par de patadas y un poco de actitud tal vez no valore lo suficiente la victoria de la selección, pero la mayoría estamos felices y agradecidos porque entendemos que hacer jugar mal a Brasil tiene un mérito enorme, y al que piensa que con un par de patadas basta para que el rival sienta miedo, que mire el partido de Neymar y de inmediato comprenderá que lo de intimidar al rival con patadas es un consuelo amateur.
Seguramente algunos muy cómodos, desde un sillón en su programa de la tarde, dirán que para los jugadores es un deber dar la vida por la camiseta. Tal vez a estos tipos no valoren o no les llame la atención ver a un jugador arriesgar su integridad física y jugar con el tobillo sangrando como Messi y Montiel o recuperarse en una semana de una distensión de ligamentos como Cuti Romero, y ni hablemos del esfuerzo mental de estos jugadores, aislados, sin ver a sus familias (algunos de ellos fueron padres en estos días) y que priorizaron seguir en el plantel de la selección. Se lo agradecemos. Yo en particular –que cuando refresca un poco les digo a mis compañeros que no le peguen tan fuerte a la pelota porque “quema”– les agradezco el esfuerzo.
Y le agradecemos a los defensores que les tocó marcar a estos cracks con lo difícil que es, porque el que tiene la pelota tiene las de ganar y el defensor tiene las de perder y ellos la tuvieron mucho y son buenos de verdad. Hasta el arquero Ederson, que ni siquiera se le mueve un pelo cuando lo presionan con la pelota en los pies y sale jugando, como si nada.
Y le agradecemos al Dibu Martínez, porque sabemos que atajar en la selección es algo un poquitito más complicado que decirle un par de palabrotas a unos fulanos. Eso lo hacen todos se los aseguro, pero atajar 3 penales en una semifinal lo hacen sólo unos pocos.
Y estamos felices y le agradecemos a Lionel Scaloni, que primero armo un equipo y después lo trajo a Messi para que se sume, porque con la del Messias no había funcionado, porque el colectivo es la base.
Quizá a muchos nos queda la espina de pensar que la selección no se lució como nos hubiera gustado, pero también sabemos que el rival juega y acá nos enfrentamos a rivales de primer nivel que también intentan imponer condiciones y hay momentos de los partidos en los que hay que NEGOCIAR: negociar el control de la pelota, negociar la presión, negociar el desgaste físico, si achicamos para adelante o para atrás, entre otras cosas y eso no implica claudicar en todo, simplemente, como en la vida, requiere reconocer que hay un OTRO, un otro que existe, que también juega y que también tiene jerarquía y en todo caso de lo que se trata es de en un proceso construir algo que nos permita estar en mejores condiciones a la hora de negociar, al momento de reconocer al otro que también juega. Pero esto ya forma parte de un debate más profundo vinculado a la estructura de nuestro fútbol.
Hoy entre tanta pálida, y con el Diego como jefe espiritual futbolístico, nos toca festejar un rato y agradecer.
Publicado en Río Bravo el 11 de julio de 2021
Un relato ficticio de Leandro Pipo Gillig, nuestro cronista futbolero, pero que bien podría ser real. El Trinche Carlovich le escribe una carta desde el más allá al Pulga Rodríguez. ¿Cómo, por qué y para decirle qué? Leela, no te quedes con las ganas…
Desde su lanzamiento nacional y en la provincia en 2016, el movimiento Ni un pibe menos por la droga viene luchando contra las adicciones con iniciativas populares. Con importante desarrollo en Paraná y Concordia y presencia en Santa Elena y Gualeguaychú, entre otras localidades de la provincia, tomó el deporte, especialmente el fútbol, como una herramienta para ir al encuentro de una importante cantidad de niños y jóvenes de los sectores más vulnerables de la sociedad. En la Capital del Citrus, hace un par de años comenzaron con una escuelita de fútbol de la que ya participan 100 chicas y chicos.
“Genios del hambre y la esperanza/ Vuelan junto a tu corazón/ No los olvides nunca/ Juega por ellos” (“Canción del Brujito”. Peteco Carabajal)
El mundial 90 es el mundial de mi vida. Tenía 8 años y nos pelábamos los codos en el Barrio San Roque jugando en calles de tierra que regaba el camión para evitar el polvillo descontrolado. Los calorcitos tenían a los vecinos de mi cuadra tomando mates en la vereda de paraísos y ligustros. Al viejo Garay lavando el auto. A Don Comas y sus ojos celestes tirando un chiste desde la puerta. Mi árbol cubría el banquito de durmiente de tren al que mi abuelo Erundino le había dado vida para que niños y grandes se acomodaran a atorrantear día y noche. Nosotros, los gurises, teníamos un mundo aparte: nuestras familias nos protegían de tener preocupaciones de adultos y podíamos armar nuestras historias de las que casi no se enteraban (a menos que algún bocón se pusiera la gorra y contara). Aprendíamos a colarnos en conversaciones en jeringoso descifrando de a poco hasta entender del todo los secretos adultos.
“...Toma este campo libre y esa pelota de medias…” (“Canción del Brujito”. Peteco Carabajal)
Ese otoño del 90 nos marcó la infancia. En el campito de la esquina, con tres palos improvisados, intentábamos replicar algunas jugadas de la Selección y les juro que la ensayábamos hasta lograrlas. Yo siempre era Caniggia, porque el Pájaro le encantaba a una de mis tías, y porque además soñaba con que Maradona me dé un pase. En ese rincón nos reuníamos antes y después de los partidos a sufrir juntos y opinar con las opiniones de los grandes, controversias y errores. Pero había una sola cosa que no se discutía: Maradona era el más grande de todos.
“Y dale alegría, alegría a mi corazón”. (“Y dale alegría a mi corazón”. Fito Páez)
Uno de los partidos no pude verlo completo. Volví corriendo y cuando doblé la esquina para llegar metieron un gol. Un amigo de mis tíos, el Conejo, festejaba saltando arriba del tapial de mi casa. Cada vez que quiero lo veo ahí: llorando y gritando con la remera en la mano, con una sonrisa enorme y su pelo largo. Si lo cruzo ahora al Conejo seguramente ni se acuerda de mí, pero ese día éramos una sola cosa inseparable, por eso inexplicable que nos unía.
“30 millones de negros transpirando en tu remera para jugar un mundial” (“Para verte gambetear”. La Guardia hereje).
Llegó el partido con Italia y me corría un frío en el estómago en esa definición por penales. Mi cuerpo entero empujaba por el triunfo, sentía que estaba ahí, que el partido también dependía de mí. Empujaba para darle una alegría a mi tío Pablo que la estaba pasando mal, y también porque mi casa era otra y nos volvíamos más felices. Una alegría genuina y no impostada. Alegría colectiva que a mí me daban más ganas de quedarme ahí.
“Llantos y risas de madres/ viendo en el diez al compadre” (“¿Qué es Dios?”. Las pastillas del abuelo).
Del partido con Alemania casi no puedo hablar. Nunca más lo pude volver a ver. En el momento del penal me fui a mi cama y me tapé los oídos con una almohada, pero los gritos de bronca traspasaron mi fuerte y tuve que salir a mirarles las caras a todos. Mi tío Claudio, que tenía menos fútbol que mi perro, me abrazó fuerte, me armó un poquito y me dijo: “no ganamos porque nos hicieron trampa”. Ahí entendí un poco más las injusticias del mundo en carne propia, la humillación a la que nos sometían los poderosos aunque pataleábamos de lo lindo. Mientras todos nos quedamos mirando la entrega de medallas, mi vieja la Yola, lloraba sumergida en una angustia que no le conocía, y siguió llorando varios días más cada vez que lo mostraban a Maradona puteando entrecortado “hijos de puta” al terminar el partido. Me da la sensación que lloraba más por el Diego que por ella misma.
“Caen las tropas de su majestad y cae el norte de la Italia rica, el papa dando vueltas no se explica, muerde la lengua de João Havelange” (“Maradó”, Los Piojos)
Más adelante comprendí que toda esa cosa mágica tenía que ver con una historia con centro en Diego Armando Maradona. El que arengó a todo el equipo en el 86 antes del partido con los ingleses, diciendo “tenemos que ganar porque estos son los que nos mataron los pibes” y caló en un pueblo que realmente sintió que en ese partido jugábamos una revancha con las herramientas que teníamos a nuestro alcance, sin olvidar la ocupación pirata en las Malvinas. Al que le hicieron una bandera que casi a modo de lamento decía: “Pibe ¿Por qué no naciste en México?” El “Diego de la gente” que logró empatía por sus orígenes pero fundamentalmente por nunca olvidarlos e intentar estar del lado de las causas justas empujadas por millones. La lucha por los jubilados, los viajes a Cuba, la participación en los actos contra Bush y el ALCA, el no callarse nada a riesgo de equivocarse y que le disparen de todos lados. Maradona encarna todo eso del potrero y el barro, incluso lo que tiene que ver con las tentaciones, los consumos y las mierdas que este sistema nos mete por todos lados para destruirnos y contra las que peleamos todos los días en el barrio para recuperar pibes.
“Carga una cruz en los hombros por ser el mejor” (“La mano de Dios”, Rodrigo).
Un ídolo de carne y hueso, endiosado también a gusto de algunos que querían verlo en la ruina. Su popularidad le costó la crucifixión por parte de muchos sectores que le exigen ser un ejemplo en todos los aspectos de su vida. No creo en el perdón a ciegas, porque considero que sin crítica y autocrítica no es posible la transformación. Para ser profundamente sincera, creo que los cambios se dan con la mayoría del pueblo, incluso con los adictos y los machistas, porque a todas las enfermedades sociales de este sistema hay que tratarlas sin matar a los enfermos; y re educarnos sin paredón.
“Agradezco, la alegría que me das” (“Yo te sigo”. Los calzones rotos).
Cuando miraba los miles de agolpados en puerta de Casa de Rosada nos veía a todos nosotros: a mis tíos Pablo y Claudio, a mi vieja, a mis primohermanos, a los gurises del barrio San Roque. Nos veía cantando la canción más linda de los mundiales en un italiano adaptado a nuestro oído y nuestra parla. Coreando y siendo felices arriba de las máquinas que arreglaban la calle para asfaltarla. Y desde el comedor de mi casa, siguiendo la despedida por la tele, me sentía parte de esos cuerpos adoloridos, abrazaba sus puteadas de la final del 90, que eran las de todos nosotros encarnadas por el Diez… ¡quién pudiera olvidar esa irreverencia sostenida desde abajo por 30 millones de argentinos! Cantaba con mi hijo “y ya lo ve, y ya lo ve, el que no salta es un inglés” junto a los que pudieron llegar a la puerta. Cuando se dice “Maradona nos dio alegría” es justamente eso: por un rato poder salirse de los problemas diarios que nos azotan, haber organizado un chupín con pescados flacos y quedarnos a jugar a las cartas, conseguir las figuritas del álbum intercambiando con otros, tirarse en un campito a buscar una pelota, verle la cara de felicidad por un ratito a alguien que amás y está muy triste. Quizá para algunos que pueden darse otros gustos la alegría esté sobrevalorada... pero para la masa enorme de “cabecitas negras”, créanme que a veces, es lo único que nos salva.
Hasta siempre, Diego.
Publicado por Río Bravo el 28 de noviembre de 2020.
“Los que transitamos nuestra infancia en los '80 sentimos que quedó atrás para siempre una parte importante de nuestras vidas”, dice Santiago Mac Yntyre en esta cálida y conmovedora evocación. Consciente de que no podría escribir sobre ninguna otra cosa, nos ofrece este video realizado con la voz de Nicolás Batalla. Y nos recuerda cuánto fue parte de su (nuestra) felicidad el pibe de Villa Fiorito que conquistó el mundo mientras “intentábamos comprender de qué se trataba la vida”.