Lo llamaron "El viaje olvidado". Depende para quién, hay todo un pueblo que lo recuerda y atesora. En 1978, el santotomeño Miguel Cruz nadó las aguas del Río Uruguay desde el puerto de Santo Tomé, Corrientes, hasta Yapeyú, con la consigna “De la cuna de Andrés Guacurarí a la cuna del más grande Americano". El más grande americano cumplía dos siglos aquel 25 de febrero.
Aquel homenaje a San Martín fue un raid épico, con peripecias y complicaciones que lo convirtieron en una empresa casi titánica.
Es cierto que Miguel Cruz no era un paisano cualquiera, sino uno de los más grandes nadadores de nuestro litoral. Hombre de barrio, de familia trabajadora, peronista, de vida sencilla y férrea actitud deportiva. Semana a semana se adentraba en el río a entrenar, con el Uruguay bajo o crecido, bajo los soles de enero o con los rigores del frío invierno. Se destacó en competencias de aguas abiertas como los cruces del Paraná de Posadas a Encarnación; de Corrientes a Resistencia; desde 1974 participó en todas las Santa Fe - Coronda; el cruce del Río de La Plata; la Paso de los Libres - Uruguaiana; Santo Tomé - Sao Borja y competencias en Estados Unidos y Canadá, entre otras. Una vieja crónica del diario El Litoral cuenta cómo en 1975 ganó la competencia de Paso de la Patria a Punta Molina (Ctes), enfrentando los obstáculos de los bancos de arena por la bajante del río. El periodista lo describía como "un morrudo nadador con un estilo particular".
La iniciativa de homenajear al Padre de la Patria fue del nadador, de fuertes convicciones patrióticas y democráticas. Para la empresa se rodeó de un grupo de jóvenes dispuestos a acompañarlo y asistirlo desde alguna canoa. Uno de ellos, nuestro entrevistado Victor Hugo Vallejos, recuerda el raíd como "una gran experiencia impresionante y emocionante".
Cuando arrancaron la travesía, a las ocho de la noche del 23 de febrero, habían cumplido con una serie de preparativos y trámites. Sobre todo trámites, porque el rigor de la dictadura lo hizo todo más difícil. Hoy, Vallejos piensa que aquél homenaje a San Martín "pudo haber terminado muy mal" y no por los peligros del río, sino por el riesgo latente de la represión.
Para gestionar todas las autorizaciones habían contado con la ayuda del abogado Vicente Ramírez, que había sido diputado provincial hasta la fecha del golpe de 1976. Ramírez "había respondido a todas las requisitorias impuestas y brindado las informaciones a través del intendente municipal de facto de Santo Tomé", recuerda nuestro entrevistado. "A juzgar por lo que ocurrió después, pienso que el intendente no los presentó, o los militares que recibieron la información lo cajonearon".
Sobre la travesía, Vallejos cuenta que "Miguel estuvo todo el tiempo en el agua, no dejaba de nadar ni siquiera para comer. Lo hacía sin apoyarse en la canoa. Comía mucha fruta y por la noche tomaba café para que lo mantenga despierto. Desde las canoas, nosotros íbamos muy atentos a que no se durmiera, porque si se dormía seguía nadando".
En la segunda noche, un suceso complicó la travesía. "Yo veía el mismo arbolito al costado, todo el tiempo", dice Víctor Hugo y a partir de eso se percataron de que "llevábamos mucho tiempo dentro de un inmenso remanso que no nos permitía avanzar". Así fue como Junajito Martínez, otro de los acompañantes, adolescente y gran nadador, "se tiró al agua y a fuerza de golpes pudo sacarlo".
En otro momento, el alimento le jugó una mala pasada al nadador. "Un chocolate lo indigestó con un fuerte ataque de hígado. Miguel estaba muy mal pero no aceptaba salir del agua". Necesitaron insistir mucho los acompañantes para que acepte "ser asistido en la costa brasileña, en un lugar llamado la Cancha de Santa María, en una zona donde el río se vuelve muy ancho". Que nadie piense que lo vio un médico o que le aplicaron medicamentos. "Fue una señora brasileña, quien advirtió nuestra presencia y nos socorrió en una canoa. Nos atendió muy bien. A Miguel le hizo una tisana de yuyos", relata Vallejos. El nadador temblaba mucho, "con una manta lo envolvimos y él se acostó allí mismo, en la costa. Al lado del río durmió durante una hora". El deportista tuvo una rápida recuperación, "de inmediato salió nadando a una velocidad impresionante, nos costaba seguirle el ritmo con la canoa porque nadaba muy rápido, su pecho se elevaba sobre el agua por la potencia que tenían las brazadas", recuerda Vallejos.
Homenaje frustrado
Cuando se acercaban al puerto de Yapeyú, el grupo fue interceptado por una patrulla que les impidió el paso. Sólo permitieron ingresar a Yapeyú a Miguel Ángel y obligaron a los acompañantes a permanecer todo el día en la costa.
El propósito final de Miguel Cruz, dejar un pergamino al pueblo de Yapeyú como testimonio del homenaje al Libertador, no pudo ser cumplido. Hoy, Vallejos reflexiona que "el mensaje libertario de la consigna, recordando al Comandante Andrés Guacurarí, de fuerte contenido artiguista y que destacaba el espíritu de la Patria Grande soñada por San Martín", no iba a pasar inadvertido para la dictadura.
Pero en el fondo, el homenaje fue cumplido. La impresión que aquella experiencia dejó en la conciencia de los jóvenes que se embarcaron en el proyecto, la gente del pueblo que la noche de la partida se acercó a despedir a los raidistas, la admiración por la entrega de aquél enorme deportista de honda raigambre popular, llamado Miguel Ángel Cruz, valen mucho más que cualquier recepción protocolar y de compromiso que les negaron.
Fotografía: Diario El Libertador, Publicado por Río Bravo el 25 de febrero de 2020.